la máquina escritora

domingo, 16 de marzo de 2008

Tópico 002

   ¿Ya estamos a medio Marzo y no hemos puesto el tema para el siguiente cuento? No se preocupen más (en caso de que lo hicieran), ahora mismo corregimos esto.

   Dado el rotundo éxito del tópico pasado (propuesto por quién ahora les escribe), hemos preferido que el cofundador sugiera el siguiente tema, el cual enseguida anoto:


"El resplandor en el horizonte"


   Bien, el propósito es hacer un cuento en el cual se incluya la frase anterior. Claro, siempre y cuando su inclusión sea lógica y se justifique en la trama de la historia. Por lo demás son libres de hacer y deshacer.

   La entrega (me parece conveniente) será desde ahora hasta el último día de Abril.

   Recuerden que los tópicos son simples guías para agrupar los cuentos resultantes de cada convocatoria, y no reglas. Pueden abusar de todos los límites que deseen.

¡A escribir pues!

viernes, 29 de febrero de 2008

Demoliciones

   Cada mañana lo tomé sin falta: Cronometronol, todo un trabalenguas. Me resultaba instintivo, apenas abría los ojos, justo a las seis y media de la mañana, estiraba la mano hasta el buró, alcanzaba el vaso de agua y la pequeña pastilla violácea y, sentado sobre las sábanas, la tragaba, un curioso sabor impregnaba mi boca: azar, quizá. Después todo acontecía con suma fluidez: el desayuno, la superficial plática marital, el traslado al trabajo, el trabajo mismo, y, de pronto, sin notarlo me hallaba en el tren elevado de regreso a casa, sin cansancio alguno, para eso existe el Nonpati-X. Ya en casa, me recostaba sobre el sillón para admirar los tornasolados ambientes que la Multipantalla desplegaba al ritmo de Mozart. Tras un rato, llegaba mi esposa cargando archivos a brazos llenos -yo por eso no fui abogado, además dicen que el Abogatril sabe a mierda de mono- dejaba todo sobre el escritorio, y ordenaba la cena. Los jueves comíamos pato asado, para ser sincero, cualquier platillo me sabía igual de bien que cualquier otro, pero siempre me entristeció comer a un animal tan simpático. Tres veces a la semana, luego de charlar escuetamente sobre los invariablemente cambiantes trastornos climáticos, tomábamos una dosis de Conscupisense y hacíamos el amor como un par de adolescentes; el resto de la semana tomabamos dos capsulas de Endorfinal. Antes de dormir surtíamos los pastilleros: el de casa, el del trabajo, el portátil; los viernes, los del weekend, y los domingos hacíamos una lista par surtirnos el lunes en el DrugMart. Nunca había fallado, no tuve ni una queja al respecto. Pero -porque sin pero no tendría sentido mi historia, esto lo noto ahora- antier todo falló.

   Usted conoce bien la función del Cronometronol, gracias a su amable explicación, lo entiendo ahora: es fundamental para el funcionamiento del resto de los suplementos. El domingo, tras pelar los ojos a las seis con treinta exactamente alcancé el vaso de agua y descubrí que la pequeña pildora no estaba, al menos, no donde debía. Me levanté y la busqué por lo ancho de la recamara. Nada, ni rastro de ella. En ese instante apareció una idea en mi mente -cosa rara por cierto-: le robaría la pastilla a Ina. Apenas había dado dos pasos, sucedió lo inevitable. Ina metió la mano bajo su almohada -siempre le he dicho que ese no es el mejor lugar para guardar el Cronometronol, pero ella insiste en que así no lo pierde-, sacó la pastilla y la introdujo en su boca. ¡Ina!, grité, pero fingió no escucharme. Segundos después se sentó sobre la cama, púsose sus horrendas pantuflas de Looney Toons y caminó hasta el baño. Corrí tras ella para explicarle lo sucedido, pero seguía fingiendo no oírme, era muy convincente. La verdad, no recuerdo jamás haber charlado con ella antes de sentarnos a desayunar, ahora que lo menciono, ni siquiera recuerdo como nos conocimos. Ina no es un nombre, debe ser un diminutivo, pero ¿de qué? Como sea, frente la indiferencia de Ina, y sumido en la preocupación, surgió en mi otra idea -¡vaya! la segunda en un mismo día, ¡maravilloso!-: podía tomar una pildora del gran frasco que guardamos en la alacena. Hacía tiempo que no tenía tantas ideas en un día, de hecho no recuerdo haber tenido tantas como ahora, y tal falta de practica en el arte de idear no me hizo sino tropezar una vez más: el frasco estaba vacío, hueco como un prostituta octogenaria -a esto creo que le llaman metáfora, mala metáfora por cierto. Revisé los demás frascos, aun quedaba mucho Endorfinal, y anoté el Cronometronol en la lista de compras. Mañana lunes, pensé, compraré un frasco dos veces más grande, ¿hay frascos más grandes? ¿más pequeños? jamás los he visto. ¡Que importa si no los he visto, los debe haber! Lo importante en aquel momento era llegar al trabajo, me apresuré. Me adentré en el baño, y descubrí -me sentí todo un Colón aquel día- el placer del agua caliente recorriendo los llanos y los montes de mi piel, ¡fue tan delicioso!, hasta entonces no era más que parte del obligado ritual matutino. Esta vez se volvió peligrosamente placentero, no quería abandonar el amparo de la regadera, aun cuando el agua oliera ligeramente mal. ¡Por supuesto, olvidé tomar el Rinotal! Desde entonces, todo me huele ligeramente mal. Cuando por fin llegué a la mesa, muy a mi pesar, Ina estaba encabronadísima -ahora uso palabras nuevas-, pensé que iba a explotar cual pop-corn, pero nada, sin mirar lo que hacía, abrió el pastillero, como una autómata, extrajo una pildorita de Feli-Xeo, se la tragó a secas, y al instante su faz colorada como jitomate, se tornó pálida, sus ojos se vaciaron, no solo de ira, sino de alma. Quedé perplejo; ella se levantó, me dio un beso de despedida, tomó sus papeles y se marchó. No hubo regaño, ni siquiera desprecio. Aunque, haciendo memoria, antes tampoco lo hubo, diez años casados y nunca hemos discutido. ¿Dígame, eso es normal? No lo sé, mas creo que no.

   Luego de meditar esto -meditar no es una vulgaridad, como creía-, me enfrenté a mi desayuno, un par de barras con aspecto de suelas de zapato, de consistencia seca y granulosa. Revisé el menú, intentando saber que porquería estaba cominedo: Tamales Flor de Loto. ¡No podían ser tamales! Por supuesto que debía haber un error. Abrí el congelador en busca de los verdaderos tamales, y para mi sorpresa, estaba atiborrado de bolsas llenas de suelas tan insípidas como el plástico que las resguardaba. Volví decepcionado a la mesa. El jugo también era un bodrio, pero tras éste se hallaba el pequeño secreto de nuestra gozosa existencia, el Profegol, lo ingerí de inmediato. Así, sin más, ante mis ojos aparecieron dos tamales mordisqueados sobre aquel plato, y el vaso de jugo despidió un aroma sin igual. Los probé y eran deliciosos, uno de mole, el otro verde, y el jugo ahora estaba exquisito. ¿Eran realmente tamales? ¿Jugo? Qué interesa, a fin de cuentas, ¿quién sabe qué cosa son tamales?

   ¿Dónde rayos estoy? Ésta pregunta azotó cual rayo en mi cabeza. Sí bien podía no saber qué me rodeaba, debía cuando menos saber dónde estaba. Sí, obvio, en casa, ¿mi casa?, en realidad no me resultaba nada familiar, lucía más lúgubre que de costumbre. Tubos grises tapizaban techos y paredes, todos los muebles se hallaban oxidados, y no había ni una ventana. ¡Ni una! Lo peor, es que no recuerdo haberlas necesitado antes. Puedo ver bien que su consultorio tampoco las necesita. ¿Era ese mi hogar? ¿Acaso no era una horrible ensoñación? Y la puerta, ¡no existía ninguna puerta! ¡Mi privacidad, en violento torbellino, se hundió en el carajo! Corrí hasta la habitación -igualmente sin puerta-, necesitaba respuestas. No lo recordaba bien, pero creí que había un pequeño librero junto a la cama, jamás leí un libro de aquellos -para qué si hay Globalnet-, me parecía, más bien, que era una antigüedad que había traído consigo Ina al mudarse. Aunque, por más que cavilo -hoy me resultan interesantes los sinónimos-, no alcanzo a recordar como era mi vida antes de Ina. No divagaré más, doctora, su tiempo debe ser valiosísimo -adoro los superlativos-, y no deseo mal gastarlo en boberías.

   En la recamara no había ni un solo librero. Aun más, el piso ahora era de concreto, no de madera, y la cama apenas si era un camastro cubierto de sábanas raídas. Fue inevitable mirar mi propia ropa: un overol azul amargo -vaya, otra metáfora-. Estaba deshecho, desolado en un mundo que ahora no entendía, que ayer era bueno y hoy nada. Me tendí sobre la cama. En ese instante fue que encontré su anuncio, pegado en el techo:



¿Está perdido?
Tome este folleto
y encontrará su camino.



   Seguí las instrucciones, y bueno el resto ya lo sabe.

   -Lo sé- la doctora se reclino en su asiento y con tono severo agregó-. Entonces ¿quiere usted volver a su vida?

   -Sin duda, doctora.

   -Sabe, es la tercera vez que le sucede esto- ella hojeaba un expediente -, el Comité tiene dudas respecto a su reintegración, parece ser que usted es ligeramente renuente a nuestra disciplina. En verdad, ¿no quiere quedarse con nosotros un rato acá afuera? Le juro que no es un mal lugar.

   -No lo dudo Doctora, pero debo confesarle algo, en este par de horas he tenido más preocupaciones y sobresaltos que en toda mi vida- él se acercó al escritorio -, o tal vez no, puede que sea un escalador, o uno de esos que les trae hielo del Ártico arriesgando la vida todos los días. Pero no recuerdo nada de eso, su anestesia salvaguarda mi vida.

   La doctora no parecía convencida al respecto, quizá éste tramaba una revolución, o simplemente quería llamar la atención, cosa muy frecuente por cierto.

   -Casi no recuerdo nada de mi vida, doctora, por eso creo que he sido muy feliz, que el dolor no ha llegado a marcar mi piel con agrias memorias.

   Ella abrió una gaveta, de ahí sacó un frasco de Cronometronol que le entrego junto con un marcador.

   -Escriba en la etiqueta del frasco- ordeno ella -ce erre i ese te i ene a.

   -¿Por qué?- preguntó él inocentemente.

   -Es el nombre de su esposa, en cuanto tome el Non-Ullus -le mostró una pastilla pequeñita de color negro- olvidará que estuvo aquí, regresará a su felicidad, la única manera de llevarse el nombre es en el frasco. Buena suerte.

   Tragó la pastilla.

   No supo como -pero nunca importó-, de pronto estaba en la fila de la caja de un DrugMart. Y allá en el estacionamiento Ina lo esperaba.

lunes, 28 de enero de 2008

Tópico 001

    Bien pues, no hay que perder más tiempo, a sonar teclazos se ha dicho.    La primera misión, para todos los escribanos que decidan aceptarla, es hacer cuento, no demasiado extenso, acerca del siguiente tema:

Mente y medicina.

   Por ahora el estilo es libre, y no hay más condiciones que presentarlo durante el mes de febrero. Ya para marzo habrá otra convocatoria como ésta.    Pues ¿qué esperan? ¡A escribir!

miércoles, 23 de enero de 2008

Preámbulos más, preámbulos menos.

 


   Las palabras sobran en esta red, lo sabemos bien. De alguna manera, gracias a ella, hemos recobrado la vieja costumbre de leer y, aun más, la de escribir. Pero tanta palabrería se torna cada vez más un ruido hueco, un mero balbuceo, ante el cual nos volvemos sordos, o indiferentes. Simples caracteres sin importancia. ¿Por qué leer éste y no otro blog? ¿¡Por qué leer blogs!?

   Mas no quiero discutir aquí qué es un blog, porque ni llegamos al mundo para saber qué son las cosas, y mucho menos para hacer teorías abstractas sobre lo que nos venga en gana. (Y sí, me he mordido la lengua, por si se lo preguntaban.) Explicaré con brevedad el propósito de este blog (sí, este es otro de esos tantos blogs con propósito.)

   Nuestro propósito es ofrecer este sitio (a quien guste y pueda colaborar) como un espacio para publicar cuentos, poesías y otras prosas. Con el fin, sobre todo, de recibir y realizar críticas o sugerencias a los respectivos autores, para así, poco a poco, mejorar nuestra escritura, por una parte, y por la otra, generar un ambiente de intercambio cultural, y en específico, literario.

   Si buscas un argumento más convincente y menos rebuscado para quedarte (o bien, para olvidarnos) te recomendamos ámpliamente que leas nuestros textos, así ya no cabrá ninguna duda en ti.

   Por lo demás, disfruta del lugar.




Bienvenido seas a
qwerty
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